Érase una vez, dos veces que se volvieron cuatro. Delante de mis ojos, las cuatro veces se partieron por la mitad y se convirtieron en ocho. Perplejo, quise reaccionar, pero ya era tarde; las ocho veces se revolvieron sobre sí mismas y se convirtieron en dieciséis. Apesadumbrado, vi cómo dieciséis veces pasaron a ser treinta y dos y cómo, unos segundos más tarde, treinta y dos eran ya mil millones de desgarradoras veces.
Horrorizado, en mitad de esta interminable mitosis, me di cuenta de lo fácil que hubiera sido todo si la hubiera invitado a salir la primera vez que la vi.
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